viernes, 18 de noviembre de 2011

Cuento I

TINIEBLAS



De Guillermo A. Mazzucchelli 07/05/08



“¡No, no!” murmura el viejo para sí.

La historia vuelve a repetirse cada vez que entra en ese estado vaporoso entre la vigilia y el sueño. Y lo ve ahí…; No, no. Primero lo presiente.

Como cuando en la colimba le tocaba hacer guardia y sentía que alguien lo observaba desde la profundidad de la noche. No había nadie, pero una presencia invisible lo angustiaba a tal punto de querer abrir fuego contra la nada.

Ahora intuye una figura en el cuarto pequeño, del departamento pequeño, del monoblock pequeño donde habita desde la amenaza. Abre los ojos y ahí está. Joven, desnudo, malherido, marcado, altivo y expectante, iluminado levemente por las luces de mercurio que entran por la ventana que da a la calle.

El viejo entre dormido le habla, pero el muchacho no responde, ni siquiera parece escuchar.

“Antes no era así. Antes yo te daba miedo a vos, antes yo era joven, ahora soy un viejo y vos seguís siendo un pibe de veintipico. Estás muerto, no podés estar acá. Yo sé adonde te tiraron. Tus huesos están en el fondo del río. Sos un fantasma, y yo no creo en los fantasmas”

A esta altura, el viejo se da cuenta de que está hablando más consigo mismo que con el aparecido, y se estremece.

Sobresaltado, sentándose en la cama y creyéndose totalmente despierto, no quita los ojos de la imagen que se presenta ante él.

La piel morena, los moretones en todo el cuerpo, las rodillas raspadas, los genitales sangrantes por su castigo, el pelo negro como la noche, las cejas espesas y los ojos brillantes a pesar de la media luz que los alumbran, son tal cual como los recuerda desde la última vez que lo vio.

El viejo comienza a delirar totalmente fuera de sí y casi a los gritos le espeta:

“¡Mi sola presencia les daba TERROR!!! (Con la mano derecha trémula hace el gesto de estrujar algo: por ejemplo, un corazón caliente y palpitante. El bigote y el labio superior le tiemblan. Saliva profusamente.) Es más; no necesitaban verme, no, no. ¡Me escuchaban y se cagaban hasta las patas!, ¡Me encantaba hacer mi numerito! Mientras me iba acercando a las celdas trataba de hacerme sentir, taconeaba fuerte, golpeaba algunas de las puertas  para que retumbe todo el pasillo. Les preguntaba hasta con dulzura: ¿A quién le toca ahora? Me gustaba ver a algunas de las chicas desnudas, maniatadas, amordazadas y con los ojos vendados. ¡Aaaah! Yo era un señor, no las violaba como otros. No, no. Adoraba verlas como una especie de obra de arte. Si, tu mujer era la rubia, siempre me acuerdo de ella…”

En ese momento, de entre las sombras detrás del muchacho, aparece una mujer joven, rubia, desnuda y embarazada. La cara oscurecida y la mirada terrible.

Siempre se le aparecía el joven, solo, así que esto es una novedad.

“Es mi imaginación la que los trae de vuelta” piensa el hombre, al mismo tiempo que intenta recordar si tomó las pastillas para el corazón. “Beba se olvidó de dármelas” se dice en su habitual manera de pensar, echándole la culpa de todo a los demás.

“¡Váyanse!” grita, “No es mi culpa; no, no. Yo obedecía órdenes” y luego, “¡Ustedes tienen la culpa, hijos de puta, ustedes, ustedes, ustedes!

Pero los jóvenes no responden. Ni siquiera parecen escuchar.

Algo cambia en el aire. Se vuelve pesado y turbio.

De pronto hay una multitud rodeando su cama. De pronto hay  cuerpos lastimados y rostros inquisidores a su alrededor. De pronto el corazón caliente y palpitante se hace insoportable en su pecho. E intenta gritar:

“¡Váyanse, mierda! ¿Qué quieren de mí? ¡Váyanse a la mierda hijos de putttt…!”

Alterado, tantea en vano buscando la perilla del velador. El TERROR lo invade y en medio de su desesperación se cae al suelo enredado entre sábanas.

Por primera vez en sus visiones, los espectros se mueven.

Se acercan, formando un círculo apretado. Lo miran, como esperando algo.

Con el rostro enrojecido por la furia, agarrando con su mano derecha el lado izquierdo de su pecho, ya no presiente. Ahora sabe. Y dice:

“¡No, no!”  

Apenas amanece cuando Beba encuentra al señor en el piso de su habitación, enredado entre sábanas, con la mano derecha aferrando el pecho que ya no aloja un corazón caliente y palpitante.

La historia ya no va a repetirse; No, no.





FIN








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